Gestación amorosa y consciente
Todo empezó con dos rayitas , dos rayitas que se convirtieron en el amor más puro, más grande, más incondicional que he podido conocer y sentir.
Hablar de la gestación es hablar de un sueño cumplido, de un sueño que luego de varios intentos fallidos llegó a llenar mi cuerpo y mi ser de ilusiones, realidades, anhelos y miedos, saber que “la tercera sí podía ser la vencida” que sí podía ser real y que por fin ese sueño tan anhelado ahora era toda una realidad, llenó mi vida de alegría, pero también de temores.
Alegría por ver mi sueño materializado, por saber que pronto tendría en mis brazos a un bebé al que le daría todo mi amor, y temor por no querer pasar por lo mismo, luego de dos pérdidas a las semanas 10 y 12, no quería otra. Anhelaba con toda mi alma ser madre pero no quería volver a pasar por ese dolor, así que hice todo lo que me indicaron los médicos: pastillas, inyecciones diarias en mi barriguita, reposo, cuidados, mareos que amé en esos momentos, porque si estaban todo indicaba que las cosas iban bien.
¡Hasta que por fin sentí a ese caballito galopando en mi vientre! Creo que es uno de los sonidos más hermosos que he podido escuchar: tun, tun, tun, tun… un caballito galopando muy rápido, lo que indicaba que las cosas estaban siguiendo su curso normal, que otro corazón latía en mi cuerpo, que un bebé se formaba dentro de mí, que por fin mi cuerpo era la cuna de un bebé, saber y sentir eso me emocionó como nunca.
Sentir sus movimientos en mi vientre ha sido una de las sensaciones más mágicas que he podido disfrutar:, nada lo iguala, llegó, ver cómo su cuerpo se dibujaba entre mi piel: su reacción a estímulos como mi voz o la de su papá, sentir su hipo, hablarle, contarle todo lo que hacía en el día y compartir con alguien más mi vida, ¡que locura más hermosa!.
Cada día llegaba con una nueva ilusión, con una nueva alegría, con nuevos temores que terminaban en una sonrisa al sentir sus pataditas, al ver sus ecografías y saber que todo marchaba bien, y que pesé a los sustos y hospitalizaciones, todo seguía su curso.
Aún recuerdo el día que supe su sexo: ¡es niña! -dijo el médico- y yo feliz por poder nombrarle, porque ya no me debatía entre si era Luciana o Juan José, ya sabía con certeza que era Luciana y así la llamaba y reconocía cada día.
Tenerla en mis brazos, cargarla, darle mi amor y mi lechita, escucharla llorar y pensar que no pararía de hacerlo, son momentos que se quedarán grabados por siempre en mi memoria.
Pero esta maravillosa aventura de la gestación no termina aquí., Luego de nacer y celebrar la vida de Luciana, otras dos rayitas rojas llenas de vida, llenas de amor, llenas de sueños y felicidad, llegaron a reafirmar que sí es posible, que el amor se puede multiplicar y que la gestación es una etapa mágica y maravillosa para quienes yo, eligen vivirla y disfrutarla.
Llegó otro caballito a galopar; un nuevo corazón a latir junto al mío, un ser que llegó para enseñarme, porque cada gestación es diferente, es mágica, es una aventura de 39, 40 o hasta 42 semanas llenas de “amor a ciegas”.
¡Cómo los amo, hijos! Gracias Luciana y Juan José por llegar y llenar de felicidad no solo mi vida sino la de todos los que los rodean: abuelos, tíos, primos, amigos, y, por supuesto, la de papá y mamá.